Se le erizó el pelo como si fuera la primera vez que se asustaba, que se sentía vulnerable, que se topaba con otra especie, un ser que probablemente no había visto antes. Ella maullaba de emoción y miedo a la vez, y el se le acercó lento, casi sonriente, cauteloso pero con confianza.
Las gatas son aún más cuidadosas, y prefieren la soledad, pero "¿quién se reúsa a una mirada así?", pensó. Podía ver el brillo en la dilatación felina de sus propios ojos reflejado en el lobo, se sentía como el chocolate caliente un domingo por la tarde, como la luz de la luna llena apuntando justo a la cama, como la ventana entreabierta en la madrugada. Como en casa.
El alma la había engañado, y le había hecho creer que las miradas felinas se atrapan unas entre otras, y descubrió en cuestión de segundos que tal vez eso no era lo que ella necesitaba. Se miraron fijamente mientras él se acercaba, y pronto la posición de defensa pasó a ronroneo, y las orejas de él se agacharon en comodidad.
Tal vez los techos de la ciudad eran exactamente el problema, y estar lejos de casa, como ya saben, no es una cuestión física. Todo es diferente cuando oscurece, pero no hay nada más fascinante que terminar de ver salir el sol, y saber que todo cambió. Ella cambió.
ART
Continuará.
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