De repente la querías de vuelta, todo parecía tan perfecto, tan surreal. Sus ojos su risa el calor en su brazos que cobijaban y todas esas sensaciones que causaba. Sobre todo ella. De repente querías que las cicatriz se abriera para sentir lo que dejaste ir o dejaron que te fueras, qué importa ya. Pero la querías de vuelta. Brincaste y pataleaste y buscaste entre los escombros, y ahí estaba: la carta. La famosa carta de la que sólo vos sabías y con tanta lágrima escribiste en la oficina, por fin era hora de deshacerse de ella. Pero no tirándola a la basura, sino dándosela a ella, con un refunfuño insistente que confundía las razones y después de tanta negación, quisiste soñar. El destello de la esperanza, en la pupila más viva que nunca, la querías de vuelta. ¡Que se quede! Pensaste. Que venga y se quede aunque sea de lejitos, que te hable de sus sueños y te haga reír una vez por semana, que se quede sin quedarse, no importa; pero que no se vaya.
La querías como se quieren los sueños rotos, con algo de nostalgia y otro poco de esperanza, la negación hasta la muerte y clavados en el alma, aún más fuerte que cuando nacieron. De repente la necesitabas y te emocionabas de escuchar su voz aunque fuera ficticia; y leer sus manos, que sonaban ahora tan diferente, pero podías detectar su esencia en el color de sus palabras imaginándoleas en el tono perfecto con la música de siempre, en sus labios, en su lengua, en su aura. En ella.
La querías de vuelta y nadie te advirtió, que lo que se va con tanto dolor, no vuelve. Ella no volvió.
ART
De repente te quise de vuelta, y desperté.
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