Hace
frío. Estoy bajo el sol y tengo frío. No lo puedo evitar, no me lo puedo sacar.
No oigo, no veo. Me voy. El sonido del piano solía aliviar mis oídos, mis
labios, mi andar. Hace unos años ya que no recuerdo la sensación. Prometí
dejarte ir, ¿verdad? Cómo me ha costado cumplir esa promesa. Aún no he podido.
Aún no puedo. La sangre me quema la piel cuando pienso en el tiempo que ha
pasado, en cómo desearía que me dejaras hacerte sonreír, sólo una vez, una vez
más.
Luego
regreso al suelo y me pregunto por qué estoy pensando en tonterías, y sigo
caminando, siempre con la cabeza abajo, jugando con las líneas. Esperando tu
mano. Te busco en la calle y te siento, es tan real que me lo creo. Pero no
pasa. No estás.
Hace
frío. Lo que me recuerda la primera vez que parqueamos tan arriba en un mirador
que no pudimos ni abrir las ventanas, que terminaron empañadas de vos. Vos y
yo.
Sonrío.
Pero hace frío. Me amarro el pelo más seguido y tomo más café. El café también
me recuerda a vos, tal vez es por eso que aumentó mi consumo. O quizá porque
espero que me quite el frío, este frío que se me quedó en los huesos como una
enfermedad degenerativa, o una adicción a una pastilla antidepresiva. Un frío
de anestesia de hospital; cruel, pero inevitable.
Hace
frío. Estoy bajo el sol y tengo frío. Quien diría que sería tan lógico que el
sol no te iba a reemplazar. Tiemblo de frío, y vos te vas.
ART