Se enfocó en la luz que creyó que veía, y corrió. Corrió lo más rápido que pudo entre piedras y arena, y pedazos de suelo resbaloso que todos sabemos que se encuentran después de semejante tormenta. Corrió durante horas, persiguiendo un juego de luces, un juego en su mente y una ilusión de saber lo que siente. Hasta que desapareció la luz y se perdió en medio de alguna calle del centro de la ciudad, a altas horas de la noche, sola.
Seguía segura de que la luz estaba ahí, que no fue en vano su carrera y que el juego tenía algún sentido, probablemente extrasensorial, que le daría valor a las últimas horas. Pero querer algo con tanta fuerza no siempre lo hace realidad, un abrazo no siempre es reconfortante y a veces la mente nos juega sucio y nos engaña, para tal vez después despertar.
Ningún sueño es para siempre, ni con los ojos cerrados ni con los ojos abiertos. Son temporales, como la vida, como nosotros, como lo que pasa y lo que no. Y esta relatividad extrema en la que nos sumimos sin saber porqué, nos lleva algún día a entender que las luces que perseguimos no existen, que el camino que recorremos lo inventamos nosotros, que las metas que se nos imponen son también relativas y temporales, y por más que cueste, es necesario entender, que abrir los ojos no siempre es necesario para ver. Lo que importa es ver, tarde o temprano, hoy o mañana, que no perdemos nada con darnos media vuelta y dejar de perseguir luces que desearíamos que estén ahí. Pensando que el cartón que nos exige una universidad tiene un sentido profundo detrás... Pues no. Pensando que el proyecto que desarrollamos para el trabajo va a ser una recompensa eterna y una muestra infinita de nuestra capacidad... Pues no. Es momentáneo, y nada más.
Y está bien. Todo esto está bien y es como tiene que ser, supongo. Mientras ella corría y yo describía sus últimas horas, pensé que las analogías siempre funcionan para recordarnos que nos equivocamos muchas más veces de lo que pensamos y nos falta un poco menos de orden, más desastre y más felicidad, más interiorización y menos esclavitud emocional. Tal vez algún día podamos librarnos de estas falsas ideas de unión social que nos obligan a esperar de nosotros mismos algo que jamás siquiera decidimos analizar, pensar, sentir. Lo externo nos afecta tanto, que alarga el camino a la libertad mental y del alma, la que tanta falta hace cuando pasan los años y nos acordemos que más allá de trabajadores y estudiantes y familia y amigos, somos humanos. Y se nos fue la vida sin conocer nuestro humano, sus colores y matices, sus detalles y emociones, sus sentimientos más irracionales, su forma.
Ojalá la que persigue las luces quiera aceptar que las luces se las inventó, y ojalá yo que aún no soy libre, encuentre alguna liberación en mis alas que tanto construyo a diario, y pueda alguna vez entender que no me concierne lo que no nace conmigo, y que yo decido, siempre, en cual parte de este relativismo me quiero estacionar, y si cambio de opinión, puedo moverme de lugar. Y nada pasa.
ART
Qué difícil me es quitarme de la espalda cualquier peso que no sea mi propio cuerpo.
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