Entre cuestas altas y bajas, me varé en las intermitentes de una situación creada con mis manos pero controlada por otras. Al fin y al cabo pensé que conducir era tener el volante, cuando claramente no lo es.
Estancada. En algún pasillo vacío, en el que de vez en cuando me caen buenas noticias del cielo y otras se me queman los pies, en las que la sensibilidad aumenta como un retroceso anual.
Y cuando más pienso que lo logro, el destino se encarga de decirme que no es como yo quiero, que aprenda. Y aún no sé cómo aprender. Adecuación, ¿quizá? Al final era falsa la idea que tenía de que los besos eternos me iban a mantener viva, y dejé la hidratación individual de lado, enfocándome en los regalos envueltos que tanto me gusta dar.
Estancada. Como el motor del carro quemado, la caja de cambios quebrada y el techo descubierto, solo para empeorar la situación con buena lluvia de invierno a media noche.
Enojada. Con un berrinche eterno de examinar los principios del cuarto que quise construir, y del capítulo que nunca quise escribir, porque los finales tristes a nadie le gustan en la vida real.
Si los finales existen o no es una filosofía muy banal a estas alturas de las emociones, pero si hay algo peor que el relativismo extremista, es la sensación de estancamiento en pleno inicio de año.
ART
No comments:
Post a Comment