Me encaminé a la luz de algún lugar desconocido esperando encontrarte de camino, toparte a medias o tal vez reinventarte. Me succioné entre las ideas lejanas y a la vez tan mías de que volverías en forma de energía, de calor, de frío, de alguna chimenea de las que tanto quisimos. Volé sin pensar en aterrizar y aún sigo esperando las señales que todos tanto anhelamos, las gotas de radiación en el cuerpo, el deseo inevitable de tocar el cielo.
Me pregunto si el instinto me engaña cuando me da tantas respuestas aisladas a problemas extraños, y algunas veces pienso que si no fuera por la lluvia, la humedad me secaría el alma, si no fuera por este frío, quizá me sentiría más en casa. Pero es que aquí es donde más me equivoco, porque yo nunca he tenido un hogar, sino estadías momentáneas, algunas más duraderas, unas tan hogareñas que casi casi me la creo, casi me quedo. Pero los felinos somos más difíciles de lo que parece, y los paisajes por la ventana no son lo único que nos mantiene ronroneando en la comodidad de algún rascacielos.
La libertad me ha tomado por sorpresa, y su inmensidad ha sido tal, que aún no sé cómo manejarla. Hay tanto espacio, tantas cosas, tantos caminos. Escogí este y no aquél, y sólo le pido a mis hadas que no me hagan usar las marchas para dar reversa, que no me decepcionen cuando por fin me dé cuenta que tocar las nubes no se siente como algodón, y que la conciencia no es más que una ilusión.
Las horas son tan escasas, que vivo con el corazón palpitando hasta mientras duermo, para aprovechar incluso los sueños y no dejar de parpadear, para apreciar este camino que divago, aunque no te encuentre cuando llegue al final. Aún así me he ido acostumbrando a buscarte en los hilos sueltos de mi ropa, en los agujeros de la calle, en tantas cosas. Si no supiera dentro del alma que respirás en algún pasillo, me hubiera rendido hace siglos; pero te juro que siento que te llevo aquí conmigo.
ART
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