Aug 27, 2014

La página en blanco

Sentado en una silla de madera, alumbrado por la luz artificial de la pantalla, ya llevaba horas intentando idear algo, crear. La mesa estaba al lado derecho de la ventana, en la entrada del pequeño lugar que había alquilado para un único objetivo: Escribir. 
Podía ver su reflejo entre las rejillas, su cuerpo cansado de tanto tiempo sin moverse, y claro, ahí estaba: La página en blanco abierta frente a sus ojos. Se podía escuchar el parpadeo del cursor en la computadora, y el teclado seguía intacto. 
- ¡No puede ser tan difícil! - pensó. Tenía que haber alguna manera de mover sus manos hacia el teclado y enfrentarse a la página artificial en aquél espacio tan vacío, y tan blanco. 
¿Tenía acaso una palabra favorita? ¡Una letra quizá! Lo que fuera para poder iniciar, tocar solamente una letra y de ahí pensar en la siguiente, sólo una, la primera, para poder por fin escribir algo, lo que fuera. 
El cursor seguía parpadeando mientras él miraba hacia los lados, volvía a ver la cajetilla de Marlboro rojo a un lado de la mesa, en su intento fallido por antojarse de fumar. Una página en blanco que después de tanto tiempo seguía erizándolo sin dejarlo respirar.
Estaba en un apartamento lejos del centro, en medio de la nada, frente a unas vías de tren ya bastante calcinadas por donde pasaba el tren todos los días a las seis de la mañana; menos los domingos, por supuesto, que pasaba veinte minutos más tarde. Oh los domingos que son como polvo estelar en la rutina terrestre. 
Seguía intentando escribir como un niño cuando recibe su primer ensayo de tarea, o como un artista frustrado. Ni el encendedor, ni los cigarros, ni el aire fresco montañoso ni la paz en la que se encontraba pudieron curar su mal. ¡No podía escribir!
Pero los miedos son a veces como pesadillas, de las que hay que despertar, y después de tantas horas encerrado en aquel lugar de madera vieja, después de noches enteras de no dormir y escuchar una que otra luz a lo largo, decidió marcharse. Se rindió. 
Se encaminó de vuelta a su ficticia realidad, su vida de hombre de ciudad. Volvió a sus trajes enteros y trabajo diario, a levantarse en las mañanas y ser parte de este teatro. 
Al cabo de los años, cuando la desesperación murió y sin esperarlo, ¡pudo escribir! En la misma página que estuvo tanto tiempo esperándolo, se desvaneció naturalmente como quien llora por primera vez. Y no hubo un sólo segundo después que no se arrepintiera de haber colisionado contra aquella maldición. Ahora, cada noche, tenía que entregarle su alma a la página en blanco, vomitando su vida en palabras escritas y deshaciéndose de ellas, y esa página que ya no era blanca lo consumía día tras día, succionando toda su existencia, arrebatándole hasta lo que no tenía. Hasta que por fin, lo mató. 

ART

Le entregó su alma a la página en blanco, porque no existen pasiones a medias. 

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