Feb 22, 2018

Huequitos de ganancia

Hay un espacio importante entre enojo y aceptación, entre capricho y dolor, entre el tiempo que pasa y el huequito que deja.

No es lo mismo el auge de un suceso, el proceso de molestia, el falso amor propio que creemos que tenemos cuando tomamos decisiones en base a esa molestia, y la aceptación de la realidad cuando el tiempo pasa.

Sucede que sentimos lo que sentimos, y que vemos lo que queremos. Que a veces me escudo en la ira porque es más fácil estar enojada, que llegar a la casa a llorar. Porque a veces necesito una segunda voz que me recuerde que no puedo aflojar cada vez que se me pasa, que no me puedo querer sólo cuando me enojo, que no me puedo volver a caer en la misma curva.

Hay paisajes hermosos, fotos infinitas en el recuerdo. Pero no podemos hacer eterno el deseo de algo que no es, no crecen jardines sin agua, por más ganas que haya.

Por eso duele más la batalla unos meses después: Cuando caemos en cuenta que toda decisión tiene un poquito de ganancia, y un poquito de pérdida. Yo gané gotitas de aprendizaje, me obligué a darle valor a mis propias manos, con todo y sus marcas. Hoy veo que perdí la ilusión de algún día vernos las canas.

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Es más fácil culparte por haberme cortado para comer, mientras mi ingenua alma sigue pensando que algo de cariño le tuviste que tener.

Feb 4, 2018

Hoy recordé que tu mirada me engaña de a pocos cuando ya no nos pega el sol en la cara. Que las ilusiones son fugaces, como los buenos momentos, o los arcoiris. Que tal vez me engaño sola cuando me gusta soñar con una dulzura eterna, con una felicidad completa. Hay cachetadas de enojo, hay golpes de nieve, que me recuerdan que la crudeza del frío es lo que queda.

Tal vez mis manos son más suaves de la cuenta y no pueden sostener el hielo por tanto tiempo, cuando la disculpa es falsa y cuando nos estorba el silencio. Hoy recordé que no dura muchas horas la luna llena y que los ciclos son un sinfín de diferencias, atoradas entre expectativas y realidades, entre construcciones y subjetividades.

Pero todas las casas viejas tienen sus ruidos: los crujidos del techo, los golpes de las puertas con el viento; y toma tiempo acostumbrarse a dormir con la bulla. Descubrir puertas nuevas en espacios ajenos es siempre un reto, uno que fluye más como cascada que como manantial, uno que nos hace llorar.

Y cuando lloro, me encuentro reconociéndome la piel interna como si fuera nueva, una desconocida que viene a contarme que a veces lo que duele no nos hace más fuertes, sólo nos duele, y ya. Porque el dolor no es entrenador, ni terapeuta; no es más que una emoción atada a alguna parte del cuerpo, como el cordón de un zapato viejo, con el cual nos tropezamos cada cierto tiempo.

Ojalá ese mismo tiempo me entregue más sonrisas mañana, cuando vuelva la luna llena y el sol en la cara, cuando ya no nos envuelva la indiferencia y la arrogancia, y podamos de nuevo dormir en paz.

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Hoy sentí cosquillas de las que frustran, culpa de la que pesa, dolor del que arde. Todos tenemos días malos.