¿Te conté que borré lo que había escrito? Un año entero. Lo boté como si no valiera nada. A la basura. Ahora ni siquiera puedo recordarlo... Bien sabés que la memoria me falla. Siempre ha sido así... Hasta los pocos que me gustaban se fueron. Los ataques de ira y frustración mezclados con un dolor tan profundo, tan real, fueron insoportables y decidí hacer el dolor más grande, sólo para ver qué tan bajo podía llegar. Y lo logré. Un aplauso para mí. Hoy desde el suelo te digo que no huele tan mal cuando se te quema la piel, mientras no llegue al pelo, por supuesto. Lo bueno del fuego es que te prende el cigarro en segundos y no hay que preocuparse por el encendedor. Fumo más y tomo menos, irónico. Lo más sorprendente es que me gusta, me gusta estar rodeada de humo pero totalmente consciente; y tengo que aceptar que extraño la ebriedad de las noches con una sonrisa suelta, pero sin la sonrisa, ¿para qué la ebriedad? Sabés que soy quisquillosa con ciertas cosas, como esa.
Ya no me siento cómoda al rededor de los viejos azabaches que nos cubrían en las noches y nos hacían reír, ¿te acordás como me costaba salir? Salirme de los huecos donde solita me metía. Esta vez no sé si podré salir, este hueco es más grande de lo que esperaba y mucho más oscuro de lo que conocía. Pero no es malo, ni bueno. Sólo es, ¿sabés? A veces las cosas no son malas ni buenas pero son y nada se le puede hacer. Como al aire que pasa y el automóvil que no se tiene y el pelo que se alborota y el corazón que se va. Y se fue. Quién iba a saberlo. Pero el que no puede fumarse el cigarro más suave, jamás podrá fumar. El que no se queda cuando tenía que quedarse, mejor que se largue... y ya.
¿Te conté que borré lo que había escrito? Lloré tanto, que ya lo olvidé.
ART
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