Era un rincón vacío, lo había abandonado hacía ya tantos años que no se acordaba del olor de aquel arbol. Un rincón en medio de la montaña con un árbol anaranjado lleno de hojas y flores y ramas desaliñadas que formaban el lugar perfecto para no ser nada, sólo por un ratito. Pero el rincón estaba abandonado desde que decidió partir a la ciudad y vivir como los fuertes hombres de negocios encerrados en una cruda falsedad disfrazada de plástico y mentiras agradables.
Al lado del rincón que no era rincón, pero que así decidimos llamarlo, la montaña bajaba hasta río en medio de la susodicha montaña y la ciudad. Por esto es que la vista era espectacular. Quien lo hubiera imaginado, abandonar la tranquilidad de la montaña para encaminarse a la desesperación humana, con unas gotas de energía, nervios, y sobre todo: esperanza. De esa que en estas situaciones, específicamente, no deja nada.
Cada noche que pasaba, el viento se llevaba una hoja más del árbol, y el viejo tronco ya no aguantaba tanto como antes. Temblaba, adelgazaba fácilmente, y comenzó a torcerse como un viejito con bastón, o unos ojos tristes que miran al suelo para poder caminar. Era la nostalgia más que la edad, y la edad más que el tiempo. Pero sobre todo, el viento.
El niño que ya era grande recibió tantos golpes inesperados, que comenzó a anhelar de vuelta la tranquilidad de su árbol anaranjado, la paz que le brindó durante su infancia y el respaldo que ya no sentía desde que la frialdad era parte primordial de su nueva estancia, de su nueva vida, ya no tan nueva, ni tan viva. En un desesperado grito de auxilio, abrió su camino hacia su árbol. Llevaba dos décadas sin verlo y tenía miedo de no encontrarlo. Pero llegó, y ahí estaba, intacto al brillo de sus ojos, ya que la felicidad le negó ver la verdadera posición de su añorado árbol, que ya no pesaba lo mismo ni tenía las mismas flores, que tosía al respirar, que se le caían las hojas, y que la curva era su nueva historia.
Inundado de recuerdos y el amor hacia ellos, comenzó a cavar y desterrar el árbol de su lugar. Se trajo una maceta lo suficientemente grande, y con la mayor rapidez que pudo, sacó al pobre viejo de su hogar y se lo llevó a su casa en medio de la ciudad, donde pensó que tendría suficiente campo en el patio para instalarlo, cómodamente, según su idea. Al llegar, el árbol ya estaba medio calcinado, con grandes esfuerzos pero poca energía, y sobretodo muchísima nostalgia.
Lo enterró de nuevo con esmero en el patio de su casa y sintió que los recuerdos lo invadían como si tuviera 5 años otra vez y estuviera corriendo alrededor de su viejo amigo, aquel que ahora volvía y tenía esperanza de recibir su paz, la paz que tuvo un día y ahora extrañaba, la paz de un pasado al que quería regresar.
Pero dicen que la felicidad son sólo instantes de gozo, una pizca de luz en la oscuridad para que no se nos olvide que hay luz, pero luego se va. El árbol no aguantó el cambio, su vejez y el viento contaminado lo destruyeron en questión de semanas, haciéndolo agonizar a paso firme y marcado, por más que luchara tratando de aferrarse al recuerdo de aquellos días soleados. En un rincón había crecido, un rincón que ahora quedó aún más vacío; y su estadía en la ciudad no fue más que una condena de muerte, un falso respiro.
El pobre niño se hizo aún más pequeño al llegar a su casa y ver a su compañero marchito y sin respirar, tieso como un día de febrero en que al sol no le da gana hacer su entrada triunfal, y uno se queda idiotizado esperando que amanezca, y el día se va. Así de triste, sinsentido, invisible, vacío.
La vela y el funeral sólo lo hicieron más desdichado. Ahora no sólo estaba triste y desolado, sino que no tenía árbol que extrañar, ni recuerdos para reír y llorar. Ahora sólo quedaba el malgastado rincón, esta vez, sin árbol que añorar.
ART
La nostalgia nos engaña y nos hace malas jugadas. Desterrar un árbol viejo de su rincón para sembrarlo en el patio no es la solución, amar los recuerdos y aferrarnos como niños pensando en la sonrisa que queremos volver a tener tampoco va a borrar los errores ni traernos de vuelta lo que tuvimos ayer.
Entonces, caminé al vivero de la esquina, y decidí comprar un nuevo árbol.
La nostalgia poderosa y seductora, una trampa. Muchas veces lo mejor es dejar el pasado donde pertenece.
ReplyDeleteLo es <3
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