Te conocí las canas en alguna noche ventosa, de esas llenas de tormenta tropical. Qué poco sabíamos a esas alturas de la vida que los momentos no son un camino hacia ninguna dirección, y que las canas son sólo falta de pigmento.
Lloramos sin falta una vez al mes, deseando que la sosobra de no saber lo que sentíamos fuera suficiente justificación para acciones desmedidas, o para la no-acción. Qué angosto se vuelve el camino una vez recorrido.
Pero caminábamos con cierta noción de longevidad, casi cargando en las manos la nostalgia futura de las historias que construíamos, casi construyéndolas porque sabíamos que las íbamos a recordar con una que otra lágrima, y a veces un par de carcajadas.
Nos abrazamos las inseguridades durante largas tardes de abril, sabiendo que los abrazos se acaban, pero también sanan. Es inútil estancarse en la comodidad cuando sabemos que nos gusta quebrarnos, que después de todo, lo que nos incomoda nos toca en zonas que no pensábamos que existían. La incomodidad es la solución a la mente vacía.
Te vi partir con más canas aún, y no había terminado de contarlas. Quién nos habría salvado de la ingenuidad explicándonos que las relaciones no son casas de lego, sino nubes en un ciclo eterno.
Reíamos de vivir “como si no hubiera un mañana”, cuando en realidad el mañana es todo lo que veíamos. De dónde habríamos sabido que el mañana no es un lugar sino una extensión de cada respiro.
Hoy recuerdo que mis respiros no son siempre compartidos. Pero a veces, de madrugada, todavía te respiro.
ART
No comments:
Post a Comment