Tengo agujas milimétricas, casi inexistentes, que me hacen implosionar. Se cuelan desde la nariz hasta la sien, en los poros de la cara, en la piel. Recorren el cráneo, las uñas, las pupilas. Se llevan consigo las ganas, como quien pierde los dientes, las sábanas, la música y el mar.
Se me escapan entre parpadeos y me recorren los nervios, fluyen entre los drenajes de energía que ya no conservo, porque me traen más cansancio que sosiego.
Entre tanta arrancadera de luz y palabras, se me antoja más dejar. Dejar de correr y de sostener, de comprender y de dar. Al final mis ideas no son más que nubes en movimiento en media tormenta, se convierten en agua, caen al suelo, y vuelven a subir. Durante la caída se llenan de polvo y viento, empapan al mundo. Pero el mundo se seca, y continúa.
Tengo agujas instantáneas que me queman las plantas de los pies, como si caminara por terrenos llenos de piedras, y sé que en el fondo son mis propias válvulas de instinto recordándome que la sangre es mía, y la debo conservar. Como el agua después de la caída, como la fuerza para comer. Todo pertenece a esta casa que es sólo mía, y tengo que vencer las agujas, y descansar.
Entre tanta vida que no es mía acercándose a mis manos, las agujas me recuerdan que no se puede caminar por terreno minado sin arriesgarse a morir. Y mi vida vale más que los tesoros que creo que están del otro lado, mi vida vale más que las ganas que tengo de encontrarlos.
A veces hay que dar un paso para atrás para huir de las agujas y conservarse. Para quererse, para sobrevivir.
ART
A veces me cuesta mucho aceptar las derrotas, pero hasta la sangre tiene punto de ebullición, y no queda más que seguir.
No comments:
Post a Comment